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William R. Anderson, capitán de la Marina de los Estados Unidos, sirvió en el cuerpo de submarinos de este país la mayor parte de su vida adulta, incluyendo la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de Corea. Tiene 40 años de edad y es autor del libro Nautilus 90 NorthWilliam R. Anderson, capitán de la Marina de los Estados Unidos, sirvió en el cuerpo de submarinos de este país la mayor parte de su vida adulta, incluyendo la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de Corea. Tiene 40 años de edad y es autor del libro Nautilus 90 North
El Momento Culminante
EN EL DECURSO DE 1100 millas náuticas hacia el Norte, partiendo de Point Barrow, Alaska, el Nautilus cubrió una ruta que ningún ser humano había recorrido hasta entonces. Navegando profundamente sumergidos bajo la gran capa de hielo ártica, habíamos visto las extraordinarias características de un inexplorado océano que se dilataba ante nosotros: una meseta submarina hasta entonces ignorada, tan extensa como el estado de Connecticut; una inesperada cordillera de montañas increíblemente fragosas y muchas otras maravillas. Había pasado larguísimas horas ante el periscopio y ante la proyectada televisión, totalmente fascinado por la imponente belleza de nuestro firmamento de hielo, mientras los exactos y precisos ojos del moderno sonar perfilaban por vez primera sus justos delineamientos.

Durante siglos y siglos, los hombres de mar habían avizorado el sueño de navegar por las procelosas rutas del Polo Norte, y en aquellos instantes del domingo 3 de agosto del año 1958, merced a la energía atómica, a la capacidad técnica norteamericana ya la mejor tripulación de submarinos del mundo, por vez primera en la historia de la humanidad un instrumental especial puntualizaba sonoramente las últimas yardas que separaban a la nave de su objetivo. A través de toda la tripulación, una brigada de 115 hombres, se fue extendiendo una reacción en cadena de emoción y excitación, ya fuer de sincero debo admitir que también su comandante sintió que era un hecho fantástico lo que estaba aconteciendo: un buque sumergible, de 4000 toneladas, había navegado hasta el extremo superior del mundo. Inicié la cuenta:

"Diez, nueve..."

Me acordé de los primeros exploradores que habían procurado llegar a la meta sobre la inmensurable extensión de los hielos; en busca del objetivo habían soportado increíbles sufrimientos y durezas; se contaba en casi dos centenares el número de los héroes del Ártico que perdieran sus vidas sobre las gélidas extensiones que nos cubrían. Tan sólo Robert Peary y un grupo de cinco hombres habían logrado ver satisfechos sus afanes y sus denodados esfuerzos.

". ..ocho, ...siete, ...seis, ...cinco..."

Expresé mi gratitud a Dios, que nos guiara tan fielmente.

". ..cuatro, ...tres..."

Con inmenso orgullo pensé cuánto me complacía que fueran una nave y una tripulación de los Estados Unidos, las primeras que llegaran a la conquista del Polo. Con el lanzamiento del Sputnik I, Rusia obtuvo la primera victoria en el espacio exterior; ahora, estábamos ante una victoria norteamericana en el espacio interior, obtenida en el patio trasero del Soviet.

"...dos,...uno..."

Las estaciones de control informaban sobre los datos registrados: profundidad, 13.410 pies; temperatura del agua, 32.4 grados F.; calado del hielo superior, 25 pies.

"... ¡Límite!"

"Por los Estados Unidos, por la Armada Norteamericana, ¡el Polo Norte!"
 

Fuente: Revista Mecánica Popular - Volumen 29 - Septiembre 1961 - Número 3



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Idea original de Mi Mecánica Popular por: Ricardo Cabrera Oettinghaus